Los educadores y educadoras sociales trabajan fundamentalmente con personas. En cualquier actuación, se procura el respeto por su dignidad y su libertad. Esto significa que no solo hemos de ser competentes en nuestras acciones socioeducativas, sino que además, tenemos una responsabilidad ética con ellas. Existen, por tanto, tres pilares fundamentales en la educación social. El primero, una serie de conocimientos que fundamentan y legitiman nuestra acción. El segundo, una serie de técnicas que nos ayudan a conseguir los objetivos planeados y, por último, una actitud ética que nos responsabiliza de velar por la dignidad, la justicia y la libertad de las personas con las que actuamos. Existen diferentes momentos y espacios que influyen o en los que se puede incorporar esta mirada ética. A continuación, os presento una propuesta de dimensiones, que afectan al establecimiento de una relación socioeducativa ética. La primera dimensión, la dimensión normativa, está conformada por todas aquellas normas internacionales y nacionales, como por ejemplo, la Declaración de los Derechos Humanos, la Convención de los Derechos del Niño, la legislación específica que hay para cada colectivo con el que trabajamos o incluso el Código deontológico de la educación social y las guías de buenas prácticas. Todos estos documentos nos permiten establecer un conjunto de normas y principios que limitan la acción de la educación social. Es decir, son como los márgenes de actuación de lo que sería una ética de mínimos. En segundo lugar, tenemos la dimensión institucional. Las relaciones socioeducativas se dan dentro de un contexto institucional, ya sea público o privado, donde dicha institución marca una serie de códigos y principios que dan legitimidad a su acción y también dan respuesta a los problemas morales con los que se encuentra. Se materializa, por tanto, en los documentos de régimen interno, los proyectos educativos de centro, también en la organización y gestión a nivel institucional y también, por último, en las relaciones y los roles que se establecen en el trabajo en equipo. En tercer lugar, encontramos la dimensión relacional. Es en la relación con el otro, cuando podemos trabajar de manera tangible esta dimensión ética, ya que es en la interacción donde se expresan las creencias y los valores de las personas. Aquí, entran en juego el vínculo, la cotidianidad y los espacios, ya sean físicos, temporales o valorativos. Estos tres componentes nos ayudan a construir un escenario ético donde establecer esta relación socio educativa. Por último, encontramos la dimensión del sujeto. Podríamos referirnos a ella como el mundo ético que tiene dentro el educador o educadora. Serían, por ejemplo, las virtudes o habilidades que el educador educadora tiene y que desarrolla en la práctica y que nos ayudan a establecer una relación socioeducativa ética. Ejemplo de ellas son la reflexividad, la crítica, la comprensión empática, la sensibilidad moral, la congruencia, la flexibilidad, la relación de confianza o la presencia. Este marco analítico nos ayuda a comprender que toda práctica socioeducativa está impregnada en distintos niveles, de una dimensión ética y que, por tanto, es necesario reflexionar sobre cómo la estamos desarrollando.