[MÚSICA] Como lo señalamos en el video introductorio, en la novela de El otoño del patriarca encontramos varios momentos en donde la elaboración textual de la novela obedece, fundamentalmente, a una relación intertextual. El pasaje que me interesa mostrarles y mostrar en extenso y que ustedes después examinen, es un pasaje en donde aparece referido un poema del poeta nicaragüense Rubén Darío. El poema que selecciona García Márquez, un poco para hacer esta celebración de la poesía del nicaragüense, es un poema que se llama La marcha triunfal. De entrada, uno lo que ve es que no es gratuito que seleccione este poema, pues, en el contexto de la presentación de la vida de un dictador, qué mejor, para celebrar a un poeta nicaragüense, que llamar la atención sobre un poema en donde, básicamente lo que se muestra es una suerte de desfile militar, de hecho es una marcha triunfal. Voy a leer en detalle todo el texto con el propósito de que ustedes, de que examinemos, en principio, entre los dos, entre nosotros, cómo está construido el pasaje, pero, sobre todo, la idea es que usted tome el pasaje de García Márquez y lo compare con el texto de Rubén Darío, de manera que encuentre muchos más puntos en contacto. De fondo, lo que debe salir de acá, es algo similar a lo que hicimos cuando leímos, cuando comparamos, perdón, El otoño del patriarca con El diario de Colón, de Cristóbal Colón, y es el hecho de que García Márquez, al celebrar un texto, al retomarlo, no solo hace las alusiones intertextuales sino que, de alguna manera, se, toma, por ejemplo, los giros lingüísticos o la sintaxis propia del momento, o, en un momento dado, como sucede acá, hace un juicio crítico que casi que carnavaliza la lectura que, casi solemne que hemos hecho. Voy a leer entonces en detalle el pasaje de El otoño del patriarca en donde se cita, se parafrasea, se juega, se celebra, un texto de Rubén Darío. Habíamos esperado tres horas de pie en la atmósfera de vapor de la platea sofocados por la vestimenta de gala que nos exigieron de urgencia a última hora, cuando por fin se inició el himno nacional y nos volvimos aplaudiendo hacia el palco señalado con el escudo de patria donde apareció la novicia regordeta de sombrero de plumas rizadas y de colas de zorros nocturnos sobre los vestidos de tafetán, se sentó sin saludar junto al infante en uniforme de noche que había respondido a los aplausos con el lirio de dedos vacíos del guante de raso apretado en el puño como su madre le había dicho que lo hacían los príncipes de otra época, no vimos a nadie más en el palco presidencial, pero durante las dos horas del recital soportamos la certidumbre de que él estaba ahí, sentimos la presencia invisible que vigilaba nuestro destino para que no fuera alterado por el desorden de la poesía, él regulaba el amor, decidía la intensidad y el término de la muerte en un rincón del palco en penumbra desde donde vio sin ser visto al minotauro espeso cuya voz de centella marina lo sacó en vilo de su sitio y de su instante y lo dejó flotando sin su permiso en el trueno de oro de los claros clarines de los arcos triunfales de Martes y Minervas de una gloria que no era la suya mi general, vio los atletas heroicos de los estandartes los negros mastines de presa los fuertes caballos de guerra de cascos de hierro las picas y lanzas de los paladines de rudos penachos que llevaban cautiva la extraña bandera para honor de una armas que no eran las suyas, vio la tropa de jóvenes fieros que habían desafiado los soles del rojo verano, las nieves y vientos del gélido invierno, la noche y la escarcha y odio y la muerte para esplendor eterno de una patria inmortal más grande y más gloriosa de cuantas él había soñado en los largos delirios de sus calenturas de guerrero descalzo, se sintió pobre y minúsculo en el estruendo sísmico de los aplausos que él aprobaba en la sombra pensando madre mía Bendición Alvarado, esto sí es un desfile, no las mierdas que me organiza esta gente, sintiéndose disminuido y solo y oprimido por el sopor de los zancudos y las columnas de sapolín de oro y el terciopelo marchito del palco de honor, carajo, cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con que se limpia el culo, se decía, tan exaltado por la revelación de la belleza escrita que arrastraba sus grandes patas de infante cautivo al compás de los golpes marciales de los timbaleros, se adormilaba al ritmo de las luces de gloria de un canto sonoro del cálido coro como que Leticia Nazareno recitaba para él a la sombra de los arcos triunfales de las ceibas el patio, escribía los versos en las paredes de los retretes, estaba tratando de recitar de memoria el poema completo en el olimpo tibio de la mierda de vaca de los establos de ordeño cuando tembló la tierra con la carga de dinamita. Como hemos visto al leer este pasaje de El otoño del patriarca, la sensación primera que uno tiene, de nuevo, es el ahogamiento. El lector que está leyendo el pasaje no encuentra donde parar. Hay un momento en donde incluso pareciera que el texto le está diciendo a uno qué es lo que está sucediendo. De alguna manera, es una fiebre que está haciendo delirar a este señor en medio del recital de poesía en el teatro nacional. Eso es como lo primero. La fatiga que se siente, el texto lo asocia con una suerte de fiebre que se está sintiendo, se está como delirando. Ese delirio tiene, de alguna manera, varios momentos que son claves. Lo primero es que, abiertamente, el texto arranca haciendo alusión al cortejo que you viene. Y esa alusión al cortejo que you viene es la que da comienzo al poema de Rubén Darío, you viene el cortejo, you viene el cortejo. Luego, más adelante, el texto de García Márquez señala abiertamente que ese cortejo lo sacó en vilo de su sitio y de su instante y lo dejó flotando sin su permiso en el trueno de oro de los claros clarines de los arcos triunfales de Martes y Minervas de una gloria que no era la suya. Cuando uno mira acá en el texto de Rubén Darío, de hecho aparece casi que idéntico el pasaje, you pasa debajo los arcos ordenados de blancas Minervas y Martes los arcos triunfales en donde las famas se erigen, etcétera, etcétera. La alusión a los arcos triunfales de nuevo aparece en desorden. García Márquez muestra que conoce impecablemente bien el poema y sin embargo lo altera. Mientras en el poema se anuncia primero la aparición de las Minervas y Martes que pasan bajo los arcos triunfales, en su texto se anuncia primero los claros clarines de los arcos triunfales de Martes y Minervas. Tomó el pasaje y lo invirtió completamente. No es gratuito, está abiertamente, celebrando el poema sí, pero mostrando que este puede ser, que el orden de la anunciación de Rubén Darío, puede ser alterado y aún así será poético, tendrá sentido pleno en la poesía. Hay otro asunto muy importante y es que, mientras nosotros escuchamos el ritmo perfecto, precioso de este poema modernista, el efecto que tiene en el texto de García Márquez el ritmo de la poesía es que dice, dice el texto, Lo sacó en vilo de su sitio y de su instante y lo dejó flotando sin su permiso en el trueno de oro de los claros clarines, etcétera, etcétera, o sea, no solo el ritmo lo saca de su sitio, lo saca de su tiempo, sino que el ritmo de la poesía se impone al dictador. El dictador termina obedeciendo al ritmo. El dictador sale de su sitio sin su permiso, es sacado de su silla, es puesto a volar por el ritmo de la poesía. De nuevo, veamos, en términos lingüísticos, en términos de la historia, perdón, se supone que el dictador manda. En términos de la construcción lingüística de la novela lo que muestra abiertamente es que quien manda es el lenguaje. Es el dictador quien es sacado de su silla. Después, el dictador hace una extensa presentación del poema, invoca el nombre de su madre, Bendición Alvarado, y en un momento mientras se está leyendo el poema hace un juicio que, de nuevo, lo que hace es una suerte de carnavalización de la lectura que está escuchando. No se trata ahora de celebrar únicamente, sino de carnavalizar. Y en esa carnavalización, frente a la belleza de la palabra escrita, lo que hace este señor es decir abiertamente, ¡carajo! ¿Cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con que se limpia el culo? Es la exaltación de alguien, es el no entender muy bien qué es lo que está sucediendo y cómo alguien que, de entrada podía o puede, de hecho, tener la apariencia de un indio, alguien que en el contexto de la novela puede ser tenido como una persona de una clase, de un grupo social inferior, esa persona es capaz de moverlo completamente. De nuevo, es una alusión. Es el lenguaje el que manda, es el lenguaje el que se impone, no es el dictador. El dictador lo que hace es quedar abiertamente estremecido exaltado, estremecido por la revelación de la belleza escrita. Y está tan estremecido, de hecho, con esa revelación que más adelante retoma de nuevo el poema y entonces dice que quedó de alguna manera como a la sombra de los arcos triunfales de las ceibas del patio. Como que en su cotidianidad comenzara a vivir su poesía. Y si no estábamos seguros de que eso estuviera pasando, el texto nos dice que sí es eso lo que está pasando, al punto de que él comienza a escribir versos en las paredes de los retretes, tratando de recitar de memoria el poema completo, en el olimpo tibio de la mierda de vaca de los establos de ordeño. Como vemos, la carnavalización se da en esos contrastes. Es escuchar en el olimpo tibio de la mierda de vaca. Es escribir poemas pero en las paredes de los retretes. Es jugar permanentemente con esos contrastes. La gracia que tiene comparar el texto de García Márquez de El otoño del patriarca con algunas de sus fuentes radica en que nos permite entender qué es la carnavalización. Nosotros cuando leíamos García Márquez, cuando leíamos por ejemplo Cien años de soledad teníamos una idea de qué era todo este sabor Caribe que en algún momento dado se llamó por la crítica realismo mágico. En esta novela, que es una novela de varios años después de Cien años de soledad, abiertamente lo que se ve es que la carnavalización, esa fiesta Caribe de alguna manera se da por esa suerte de posibilidad que nos abre el texto de comparar y de disfrutar el texto encontrando esos puntos de contraste entre la belleza de un poema modernista, el ritmo de un poema modernista y la manera en que una suerte de fiebre, de imposibilidad de respirar con tranquilidad se impone en el ritmo de un texto en prosa que celebra a este gran poeta nicaragüense. La invitación, entonces, ¿a qué es? Comparen el texto de García Márquez con el poema de Rubén Darío y sigan ustedes buscando puntos de encuentro. No solo cómo aparecen frases de un poema en un texto de la novela, sino cómo las alteraciones tienen sentido, cómo los contrastes tienen sentido. [MÚSICA]