En las sesiones anteriores hemos visto algunos de los riesgos a los que nos enfrentamos. Pero, existe otro riesgo latente en el panorama actual y que afecta a todos los demás, la posibilidad de un mundo apolar, es decir, un mundo sin liderazgos ni gobernanza global. Crisis financieras, evasión fiscal, crimen organizado, piratería, calentamiento global, pandemias, acuerdos comerciales, migraciones, crisis humanitarias, terrorismo internacional, etcétera, muchos de los retos y amenazas a los que nos enfrentamos son ahora globales, y exigen una respuesta coordinada a nivel global. Sin embargo, la gestión de estos peligros continúa esencialmente en manos de los Estados. Las organizaciones internacionales que fueron diseñadas para ayudarnos a gestionar los asuntos globales a nivel supranacional, instituciones como la ONU, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio, están perdiendo poder y legitimidad para la toma de decisiones colectivas ya que las economías emergentes no están, como hemos visto anteriormente, representadas en los consejos ejecutivos de las principales instituciones, de acuerdo a su peso económico y político actual. Los fundamentos de la gobernanza global actual, como luego veréis en detalle con el profesor Ángel Saz, fueron diseñados por y para Occidente después de la Segunda Guerra Mundial. A estas alturas del siglo XXI, es bastante evidente ya que las instituciones de gobernanza global no representan el orden económico y político global. Un ejemplo muy ilustrativo que veréis en el siguiente bloque es cómo las Naciones Unidas, los cinco países que conservan el poder de veto permanente, son los vencedores de la Segunda Guerra Mundial más China. Ni la representatividad, ni la rendición de cuentas, ni la transparencia son los ejes de los actuales organismos internacionales con los que nos gobiernan hoy en día a nivel global. Y esta situación está haciendo cada vez más difícil gestionar un orden mundial en el que la distinción entre asuntos nacionales e internacionales se ha difuminado. Sin una voluntad política clara de buscar modelos de gobernanza global justos, eficientes y legítimos para todos los actores, especialmente para las potencias que emergen en la escena económica, estaremos condenados a buscar soluciones alternativas. El problema es que, en la actualidad, a menudo no convergen los intereses de las grandes potencias. El cambio climático es un buen ejemplo. Los países occidentales quieren limitar las emisiones de los países más contaminantes, que son las economías emergentes. Sin embargo, estos aducen con razón que la mayor parte del daño hecho a la capa de ozono, hasta ahora, ha venido del desarrollo de las economías occidentales desde la revolución industrial, y es hipócrita pedirles ahora a ellos, a las economías emergentes, que no quemen fuentes de energía fósil o desarrollen su capacidad industrial. De seguir en esta situación, la falta de valores comunes e intereses compartidos entre las potencias tradicionales y las emergentes, irá minando la legitimidad y la relevancia de los organismos multilaterales, como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio. A cambio, se podría regionalizar la gobernanza, y las cuestiones globales como el cambio climático, la proliferación nuclear, los Estados fallidos o los nuevos conflictos violentos, quedarán sin una respuesta concertada internacional que sería la más efectiva. En este sentido, uno de los síntomas o peligros que dibuja el escenario de débil gobernanza global actual es el posible repliegue estadounidense de liderazgo en el mundo. ¿Por qué podríamos esperar este repliegue?, se preguntarán algunos. Las razones son varias. Primero, tras las sucesivas aventuras bélicas de la última década, la opinión pública norteamericana tiene poco apetito ya para ejercer de policía global. A esto, hay que sumar el impacto de la Gran Recesión que, durante el último lustro, ha puesto la recuperación de la economía doméstica norteamericana como el principal objetivo de su opinión pública y de su clase política. Centrarse en las cosas de casa ha sido la prioridad. Finalmente, está el impacto de la revolución energética del "fracking", que está llevando a Estados Unidos cada vez más cerca de la independencia energética, lo que conllevará un menor incentivo para ejercer de garante de la seguridad en Oriente Medio. Si esto ocurre, si Estados Unidos abandona o relativiza su papel de potencia hegemónica a escala global, es realmente difícil de imaginar a China, la gran potencia ascendente, ocupando su lugar. Aunque el crecimiento económico del país asiático en los últimos 30 años ha sido asombroso, y puede ya considerarse realmente la segunda potencia económica y política global, la realidad es que es un país con unos retos domésticos, aún, enormes. Los dirigentes chinos dicen a todos los que quieren oírles, y con razón, que su prioridad durante los próximos años debe seguir siendo el desarrollo económico y social interno. No olvidemos que, aunque en términos agregados China es ya la segunda potencia económica mundial, en términos per cápita está muy por detrás de la mayoría de países occidentales. Eso no quita que China esté estirando sus músculos militares y económicos y quiera expandir su área de influencia en Asia, África e, incluso, Latinoamérica. Pero no está, de momento, interesada en asumir el coste político y económico que implica posicionarse como un hegemón global equiparable a Estados Unidos. El riesgo de ese vacío de poder en el que la potencia hegemónica actual, Estados Unidos, se repliega y la ascendente, China, aún no está en disposición o con voluntad de ocupar su lugar o, por lo menos, compartir las responsabilidades de liderazgo, es entendible para todos vosotros. El resultado más esperable es, por tanto, que cada Estado persiga su propio interés sin miedo a la coacción o a la imposición de normas comunes por parte de un país hegemónico. En otras palabras, se podría producir una deriva hacia un vacío de poder global o, al menos, un incremento de la discrecionalidad que hará las relaciones internacionales menos predecibles y la diplomacia más compleja. Un escenario donde podemos empezar a ver ya los riesgos de la ausencia de una o varias potencias estabilizadoras es en Asia-Pacífico, donde la emergencia china está generando recelos y tensiones con sus vecinos y entre sus vecinos. Recientemente, el primer ministro japonés Shinzo Abe dejó clara su intención de reformar la Constitución eliminando el carácter pacifista de Japón. Este cambio puede tensar las relaciones en los mares de Asia Oriental, donde chocan los intereses de varios países que se disputan la soberanía de distintos archipiélagos. Sólo en el mar de China chocan los intereses de siete naciones, China, Taiwán, Vietnam, Malasia, Filipinas, Indonesia y Brunei, siendo bastante habituales las maniobras navales hostiles. Como podéis imaginar, estas tensiones recurrentes en una zona del planeta que reúne cerca del 40 por ciento del PIB global son un síntoma de la desconfianza generalizada entre las capitales asiáticas. El auge chino, el relativo declive japonés y las dudas acerca del compromiso militar estadounidense en la zona como garante de paz, son algunos de los agravantes de esta situación. Hasta el momento, Beijing ha gestionado de forma bilateral estas crisis sin renunciar a sus reclamaciones. Ante la falta de estructuras globales o regionales de seguridad verdaderamente efectivas, la desconfianza ha crecido y las maniobras navales hostiles, incidentes aéreos y la construcción de islas artificiales prosiguen. A estas disputas interestatales hay que sumar los conflictos internos en países como Indonesia, China, Filipinas, Myanmar o Tailandia, las tensiones en la península coreana, y el fuerte sentimiento anti chino en varios países de la zona. Estamos, por tanto, empezando a ver ya las tensiones que podrían definir un orden global sin nadie al mando, y no resulta nada atractivo. Pero, construir una gobernanza global efectiva no va a ser nada fácil, pues va a requerir gestionar la diversidad que definirá el nuevo orden mundial. En las próximas décadas, el escenario global verá cómo compiten y conviven un mayor número de conceptos diferentes sobre el orden nacional e internacional. Como hemos visto ya a lo largo de este bloque, no podemos imaginar que la definición de este nuevo orden mundial dependa ya de una potencia y unos valores occidentales, sino que lo hará del equilibrio de poder y la conjunción de distintas visiones estratégicas. Sin duda, las grandes potencias son política e ideológicamente muy diversas, con concepciones muy distintas de lo que es la legitimidad y el orden justo. Si tomamos solamente el ejemplo de los BRIC, podemos ver cómo de distinta es la concepción democrática de India con la de Rusia, o las diferentes necesidades energéticas y de aprovisionamiento de materias primas de China o Brasil. Conciliar esas concepciones es un gran reto. Pero no es el único, también habrá que conciliar necesidades y prioridades muy distintas entre los grandes poderes. En definitiva, es inevitable pensar que sin una gobernanza global sólida, los intereses nacionales pesarán más. Y los intereses nacionales siempre son cortoplacistas y locales, a diferencia de los grandes riesgos globales a los que nos enfrentamos que exigen acuerdos colectivos a largo plazo. Quisiera concluir con un escenario que va más allá de la viabilidad política de una gobernanza global efectiva. Es la disposición de las potencias emergentes a hacer frente a los niveles de gasto en bienes públicos globales que exige su nuevo apoyo económico. ¿Qué quiero decir con esto? Que, hasta hace poco, las potencias occidentales han sido las responsables de financiar el coste de la seguridad mundial, la lucha contra el cambio climático y la pobreza, la contención de la proliferación nuclear o la sostenibilidad del sistema financiero. Si se produce el esperado reequilibrio de poderes en las instituciones supranacionales a favor de las economías emergentes, todavía está por ver que éstas potencias tengan la voluntad y la capacidad de participar en la financiación de estos bienes públicos globales en la misma medida. En pocas palabras y como os decía al principio de esta sesión, el gran riesgo que enfrentamos es la ausencia de poder colectivo. Sin instituciones de gobernanza global efectivas, la respuesta a los riesgos globales tendrá lugar a través de mecanismos regionales, nacionales o "ad hoc". Y la paradoja, por supuesto, es que dado que los niveles de interdependencia son cada vez mayores, la comunidad internacional sólo podrá responder a los retos globales que se nos presentan con un multilateralismo eficaz, basado en los principios de coordinación y cooperación. Con esto, finaliza mi intervención en este MOOC. Muchas gracias por vuestra atención y, por favor, no dudéis en postear en el foro y comentar los puntos tratados.