Para cerrar esta primera parte de riesgos económicos globales, quiero hablaros de las amenazas geoeconómicas. Y para ello, empezaremos con una definición y algo de historia sobre este concepto. Tras la caída de la Unión Soviética, muchos pensamos que nos dirigíamos a un período de estabilidad geopolítica fundada en la hegemonía de Occidente, hegemonía ideológica, hegemonía económica y hegemonía militar, una influencia que debía traducirse en la emergencia de un orden económico globalizado, basado en el modelo de capitalismo democrático de Occidente, el debilitamiento del Estado nación y una progresiva convergencia hacia los valores liberales y de libre mercado en todo el mundo. Pero, la realidad es tozuda y poco se parece hoy a las previsiones universalistas de los '90. Bien al contrario, nos encontramos hoy con un panorama global en el que reina la ausencia de liderazgo y la gobernanza global. Hay, si acaso, una regionalización y nacionalización, incluso, de las políticas económicas y de la geopolítica. A su vez, los valores económicos y sociales se han regionalizado también y el capitalismo tiene tantos modelos como áreas de influencia. Todo ello cuando, como ya hemos visto, surgen muchos fenómenos y riesgos de carácter global que no se pueden resolver por uno o, incluso, varios Estados y hacen necesaria una gobernanza supranacional. Una de las consecuencias más palpables de este nuevo escenario, con respecto a los equilibrios de la Guerra Fría, es que el conflicto entre las grandes potencias ha dejado de vehicularse a través de lo bélico para dar paso a lo económico. Hoy en día, la geopolítica y la economía van de la mano como herramienta para proyectar poder. Ya no son los tanques quienes libran la batalla la mayoría de las veces, ahora son, a menudo, instrumentos de carácter económico los que se emplean como armas en el conflicto entre naciones. Edward Luttwak, un analista norteamericano, creó en los años '90 el término "geoeconomía" para definir esta nueva realidad, que definió como la lógica del conflicto a través de la gramática del comercio. ¿Qué podemos esperar con estas nuevas coordenadas? ¿Cuáles son los riesgos? El principal riesgo, y de hecho, ya lo estamos viviendo, es que crecerá y mucho la utilización de instrumentos como las sanciones económicas, el ciberespionaje industrial o los acuerdos comerciales regionales para cimentar alianzas geopolíticas o, como instrumentos de ataque. En definitiva, crecerá la intervención de los Estados en la economía. Y, si las rivalidades se manifiestan a través del comercio y las finanzas, es de esperar que los Estados utilicen todas sus herramientas para defenderse y atacar en este nuevo escenario de conflicto. Esta dinámica se agudiza por la confluencia con otro de los fenómenos fundamentales del presente momento histórico, el resurgir de modelos de gestión de la economía de mercado, en los que el Estado juega un papel mucho más relevante, alternativos al modelo liberal occidental. China es el principal ejemplo de este nuevo modelo de capitalismo y, de su mano, se está extendiendo en otras economías emergentes. Sin ser especialmente pesimistas, de ciertas economías emergentes podemos esperar un escenario que combine el capitalismo de Estado, mayor internacionalización, autoritarismo político y una política exterior basada en intereses mercantilistas, aplicando esta idea de la geoeconomía que ya hemos explicado. En ese contexto, las empresas corren el riesgo de convertirse en herramientas de los Estados al servicio de sus objetivos. Ambiciones diplomáticas, creación de empleo local, defensa de sectores estratégicos, desarrollo de infraestructuras, asegurar el abastecimiento de materias primas en terceros países, posicionamiento en rudas y nodos clave, etcétera. Este es otro de los mensajes clave que me gustaría que os llevarais de esta sesión. Esta nueva dimensión geoeconómica del conflicto entraña el gran riesgo para las empresas globales de ser utilizadas como instrumento de conflicto por parte de sus Estados, con todas las consecuencias que eso puede acarrear. En ese contexto, las empresas públicas o semipúblicas y los fondos soberanos jugarán un papel cada vez más relevante. En 2030, entre las diez mayores economías del mundo, habrá cinco de las que hoy consideramos como economías emergentes y cuyos gobiernos ya están potenciando la expansión de sus empresas estatales, de sus fondos soberanos y de lo que llamamos sus campeones nacionales, frente a rivales extranjeros. Así, más del 90 por ciento de las 70 compañías de China continental, que figuraban en la lista "Fortune 500" en 2012, son de propiedad estatal. Este escenario "BRIC", o basado en el Consenso de Beijing como alternativa al Consenso de Washington de los '80, completa esta imagen de alta presencia del Estado, en las grandes empresas. Fijaros en Rusia y, de nuevo, China, con más del 50 por ciento del accionariado de compañías que cotizan en bolsa en manos del Estado. Y fijaos también, en estos otros datos. El valor de mercado de las empresas públicas chinas sobre el Producto Nacional Bruto del país, en 2011, era del 44 por ciento. Si bien Rusia se acerca, con un 26 por ciento, e India, con algo más del 20 por ciento, el 44 por ciento de China es verdaderamente alto. Uno de los efectos de esta convergencia entre intereses de Estado y de empresa, es que la libre competencia puede quedar comprometida. Las compañías públicas o semipúblicas de las economías emergentes recibirán el apoyo de sus Estados, contarán con mejor acceso a la financiación, podrán asumir mayores riesgos para obtener grandes contratos de construcción de infraestructuras, transporte e, incluso, servicios. En definitiva, jugarán con ventaja en el mercado internacional. Otro agente clave de este capitalismo de Estado es el papel de los fondos soberanos en las economías emergentes, que están asumiendo un papel cada vez mayor en la interferencia política de los Estados y la adquisición de infraestructuras claves de otros países. Los fondos soberanos son vehículos de inversión de los Estados, alimentados por el ahorro nacional y destinados a gestionar los activos gubernamentales, fundamentalmente en el extranjero. Típicamente, el capital proviene de la exportación de materias primas, como el cobre en Chile, el gas, el petróleo en Oriente Medio, Rusia, Noruega o Venezuela.,excedentes presupuestarios, como en Singapur, o reservas de divisas de los bancos centrales, como en China. Sus funciones principales son adquirir activos nacionales e internacionales, realizar inversiones directas en empresas y comprar importantes volúmenes de deuda pública a terceros países. De esta manera, gestionan de forma más eficaz los excedentes y generan ingresos recurrentes que en un futuro pueden sustituir a las razones por las que fueron creados, exportaciones, superávits, etcétera. Y os preguntaréis, ¿por qué los fondos soberanos merecen un capítulo aparte en una clase de riesgos globales?, ¿a qué tanta relevancia? Por dos razones, primero, porque se han multiplicado, especialmente en las economías emergentes, y son cada vez más relevantes para explicar los destinos de la economía mundial y la geopolítica mundial. Y, segundo, porque son instrumentos fundamentales en esta nueva dimensión económica del conflicto internacional y pueden ser, por tanto, una fuente importante de riesgos. En cifras, el fenómeno habla por sí mismo. Hasta 2010 se contaban 65 fondos soberanos en el mundo, en el periodo de 2010 a 2014 nacieron 19 nuevos fondos y, de cara al futuro, hay 22 países que están considerando constituir su fondo de inversión. Ciñéndonos sólo a las economías emergentes, el auge es aún más sensible. En 2013, las economías en desarrollo generaron más del 33 por ciento de las salidas mundiales de inversión extranjera directa. En 2000, representaron sólo el 12 por ciento. Antes de la crisis, estos fondos eran percibidos con temor por parte de los países desarrollados. Estados Unidos ha llegado a vetar varias operaciones en su territorio. Con la llegada de la crisis, sin embargo, dejaron de ser una amenaza, pasando a ser caballeros blancos por los que los países de la OCDE se peleaban por sus inversiones. Dejadme que os dé algunos ejemplos para que veáis lo relevante del fenómeno. La "Qatar Investment Authority", fondo soberano qatarí, es quien está financiando con 5.000 millones de dólares el desarrollo de una nueva área industrial petroquímica en el sur de la península de Malasia. A principios de 2015 también compró entero el barrio de negocios de Milán, Porta Nuova, que tiene un valor de mercado de 2.600 millones de dólares. El fondo soberano de Noruega, se hizo a finales de 2014 con 14 hectáreas de uno de los barrios icónicos de Londres, Mayfair, por valor de 411 millones de euros. El fondo de Kazajistán posee a estas alturas cerca del 60 por ciento de la deuda soberana de Hong Kong. Mubadala, el fondo de Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos, es quien está financiando el puerto y la refinería de aluminio en Guinea Conakry, el país que posee la mitad de las reservas mundiales de bauxita, la materia prima de la que se extrae el aluminio. El aluminio se utiliza en el sector agroalimentario para el papel de aluminio, las latas o los "tetrabricks" y, a nivel industrial, para la producción de aviones o coches. Es, por lo tanto, una inversión estratégica. Hasta ahora hemos hablado del sector inmobiliario, de la industria y las materias primas, pero los fondos soberanos también han puesto pie en medio en el sector bancario. Cuatro ejemplos, la "Abu Dhabi Investment Authority" invirtió 7.500 millones de dólares en Citigroup, la "Singapur Investment Corporation" pagó 5.500 millones por el nueve y medio por ciento de la banca suiza UBS. Y la "People's Republic of China Investment Corporation", el fondo chino, o uno de los fondos chinos, compró Equity de Morgan Stanley por valor de 5.000 millones. Estas inversiones fueron clave para sostener el sistema financiero global durante la crisis. Como podéis imaginar, las implicaciones geopolíticas y geoeconómicas de estas operaciones, son significativas y refuerzan la influencia de los países propietarios de los fondos de inversión con respecto a los receptores de inversión. La gobernanza corporativa del fondo de inversión noruego, que depende del Parlamento, es modélica desde una óptica occidental. Sin embargo, la gran mayoría de los fondos soberanos dependen directamente de autoridades de países no democráticos, planteando claros conflictos de interés y su gestión es muy polémica. De ahí que no sea de extrañar que en los países occidentales tengan suspicacias, algunas veces, a la hora de recibir inversión de estos fondos soberanos en algunos de sus sectores estratégicos. Y es aquí donde entra la segunda razón por la que el tema de los fondos soberanos es relevante en una clase como esta. En un contexto en el que los instrumentos económicos pueden ser la punta de lanza en los conflictos entre Estados, los fondos soberanos son agentes centrales. Muchos Estados ven con preocupación y suspicacia muchas de las operaciones de estos fondos y el control que les puede dar de activos estratégicos en países con los que, en algún momento, pueden tener un conflicto su estado soberano. En resumen, si la geoeconomía es uno de los nuevos dominios del conflicto, los fondos soberanos son los peones de avanzadilla.