El hombre siempre ha tenido la tendencia a imitar a la naturaleza. Pero, así como ha imitado cosas buenas, también ha imitado cosas malas. Tal vez, ese fue el inicio del desarrollo de las armas químicas. Pensemos, por ejemplo, ¿qué ocurre con un zorrillo? Un zorrillo, cuando se ve de alguna manera amenazado, emite una sustancia pestilente que rechaza al agresor y le da al zorrillo tiempo suficiente para salir huyendo. Pensemos, también, en insectos más sofisticados. El abejorro bombardero. ¿Qué hace éste? Este abejorro tiene, en la parte posterior de su cuerpo, dos pequeñas vejigas que contienen, una de ellas, peróxido de hidrógeno, lo conocemos más comúnmente con el nombre de agua oxigenada, y la otra tiene un compuesto químico llamado hidroquinona. Cuando el abejorro se siente amenazado, estas dos sustancias, que están separadas en dos vejigas, se mezclan en una tercera vejiga al final del cuerpo del abejorro, entra en acción una enzima que provoca la reacción química, aumenta la temperatura a más de 100 grados centígrados y, entonces, el resultado de la reacción es emitido con un silbido espectacular. Tenemos el efecto del sonido y tenemos el efecto de la sustancia que es ligeramente corrosiva, pero sobre todo que está caliente a más de 100 grados. Esto permite al abejorro alejarse habiéndose defendido. Esta cuestión de las armas químicas pudiéramos pensar que es algo relacionado con el hombre moderno, sobre todo porque a partir de la primera o segunda década del siglo XX fueron terriblemente empleadas, pero no es algo novedoso. Se tienen referencias de que aproximadamente mil años antes de Cristo, ya los chinos utilizaban humos arsenicales, es decir, tomaban compuestos de arsénico y los quemaban para producir humos tóxicos, y los dirigían, también, hacia lugares sitiados. En la guerra entre Esparta y Atenas, entre los años 431 y 404 antes de nuestra era, antes de Cristo, se empleaban sustancias sofocantes para atacar lugares sitiados. En esta ocasión, lo que se hizo fue quemar azufre para generar humos tóxicos de dióxido de azufre, hacer una perforación en un muro y dirigir el humo exactamente hacia ese muro perforado, de tal manera que el humo entrara a la instalación sitiada, se dispersara y afectara a quienes estaban defendiendo el lugar. Ya más centrados en nuestra época, en 1591 los alemanes fabricaron bombas pestilentes. Utilizaban pezuñas y cuernos de animales despedazados, mezclados con una planta, más específicamente, una resina de una planta llamada Asafétida. Debe oler tan mal que, coloquialmente, a esta planta se le conoce con un nombre, y disculpe usted mi querido participante, pero el nombre que se le da coloquialmente a esta planta es "mierda del diablo". En 1854, Lyon Playfair, que era un químico británico, propuso el empleo de piezas de artillería llenas con cianuro de cacodilo para ser lanzadas contra embarcaciones enemigas, pero su propuesta fue rechazada. Lo importante no es que sepamos esto, creo que lo importante, en este momento y en este curso, es que recordemos las palabras que Playfair dijo, después de ser rechazada su propuesta: "No había ningún sentido en esa objeción. Se considera una forma legítima de guerra llenar recipientes con metal fundido para dispersarlos sobre las tropas enemigas produciendo muertes espantosas. Es incomprensible el porqué se considera ilegítimo un vapor venenoso que mataría a los hombres sin sufrimiento. La guerra es destrucción y mientras más destructiva sea, con menor sufrimiento, más rápidamente terminará ese bárbaro método de proteger los derechos nacionales. No hay duda de que llegará el tiempo y que la química se utilizará para reducir el sufrimiento de los combatientes, así como el de los criminales condenados a muerte." Esto fue lo que dijo Playfair en 1854. Este parece haber sido el argumento que inspiró al químico alemán Fritz Haber, para que él fuera el impulsor de la idea de utilizar armas químicas durante la Primera Guerra Mundial. Cabe recordar que Fritz Haber, años después, con algo no relacionado con armas químicas, recibió el Premio Nobel. Así, el primer intento alemán para emplear armas químicas consistió en llenar proyectiles de 105 milímetros con cloro sulfato de dianisidina, una sustancia que es un irritante pulmonar. El 27 de octubre de 1914, dispararon 3000 de estos proyectiles contra los británicos y no pasó nada. ¿Por qué? Porque los explosivos empleados para dispersar la metralla también acabaron, por efecto de la explosión, con el compuesto químico, es decir, provocaron la oxidación y se quemó el producto químico de manera que no sirvió para nada. Y aquí es exactamente donde interviene Fritz Haber. Fritz Haber dijo: "No usemos piezas de artillería. Recordemos que esta guerra es una guerra de trincheras, que se ve empantanada cuando nadie sale de su trinchera y no hay enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Si nosotros logramos desalojar las trincheras, empezaremos a ganar la guerra." Y así, el 10 de marzo de 1915, en un trabajo dirigido por el mismo Haber, el regimiento pionero 35 inició la colocación de 1600 cilindros grandes y de 4150 cilindros chicos a lo largo de la frontera con Ypres, y simplemente esperaron a que el viento soplara hacia la trinchera. Llegó el momento en que se dieron las condiciones meteorológicas adecuadas y, el 22 de abril de 1915, el primer ataque masivo con un arma química tuvo efecto. Los alemanes abrieron las válvulas y atacaron a las fuerzas aliadas con 168 toneladas de gas cloro, provocando con ello 15.000 casos de intoxicación, incluyendo 5.000 muertos. Imaginemos este ataque, pero en función de algo que nos es más conocido: aviones Boeing de 300 pasajeros. ¿Qué significa 15.000 afectados en un solo ataque? Significa el equivalente a que hubiéramos derribado 50 de estos aviones con 300 pasajeros a bordo, y que de esos 15.000 la tercera parte resultara muerta y los otros 10.000 tuvieran que recibir atención médica. Es decir, 50 aviones ya nos lo podemos imaginar y son muchos. Por eso decimos que, en ese momento, las armas químicas mostraron su potencial y su capacidad destructiva y silenciosa. Se calcula que entre 1915 y 1918, un periodo de solamente poco más de tres años, se utilizaron en total 125 mil toneladas de compuestos químicos tóxicos y que dejaron un millón 300 mil bajas, de las cuales hubo 90.000 muertos. Y ahora volvamos a dimensionar lo anterior: 90.000 muertos en poco más de tres años, pero casi el 20 por ciento de ellos en el primer ataque en Ypres. Terrorífico, verdaderamente espantoso ver cómo se utilizaron a gran escala productos químicos tóxicos y los resultados, en función de muertos y lesionados, pero, sobre todo, el sufrimiento de los lesionados para recuperarse, provocó un movimiento a gran escala buscando la prohibición de este método de guerra. Surge así, en 1925, después de muchos esfuerzos diplomáticos, siete años de trabajo, el Protocolo para la Prohibición del Uso de Gases Asfixiantes, Venenosos y Otros Gases y de Métodos Bacteriológicos de Operaciones Militares. Se conoce como "el Protocolo de Ginebra". ¿Qué pasó en el periodo entre 1925, que se firma el Protocolo de Ginebra, y 1940 donde ya está la Segunda Guerra Mundial en plena evolución? Después de ver qué ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, hablaremos de qué ha ocurrido después, hasta nuestra era.