Preguntarse por la idea de Europa es preguntarse por el impulso que lleva a los ciudadanos europeos a unirse en un proyecto político compartido. Y no podemos identificar ese impulso con un mero interés en un mercado económico común. Para eso, hubiera sido simplemente, o hubiera bastado, con una creación de un área de libre comercio más o menos sofisticada. Pero esa no puede ser la verdadera idea de Europa. Como nos recuerda el profesor Bailer, la idea de Europa, en realidad la encontramos en el convencimiento de que compartimos una identidad común y una herencia histórica y cultural y, sobre todo, una voluntad de avanzar juntos; y al hacerlo, al avanzar juntos, construirnos una sociedad mejor. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa está totalmente devastada, tanto desde un punto de vista económico como desde un punto de vista moral. Los líderes europeos y también los líderes norteamericanos tienen dos grandes preocupaciones: la primera, cómo reconstruir el continente europeo; y la segunda, qué hacer con Alemania, cómo garantizar que Alemania vuelva a integrarse en la sociedad internacional, en la comunidad de las naciones y que no vuelva a ser una potencia agresora. En realidad, el proceso de integración europea responde a estas dos preocupaciones. Durante los primeros años, justo después de la guerra, vamos a encontrar ejemplos de cooperación internacional, de cooperación intergubernamental entre los países europeos y eso va a poner los cimientos del proceso de integración europea. Van a ser unos primeros pasos, aunque son unos pasos prudentes y son los primeros pasos en diversos ámbitos. Por ejemplo, desde un punto de vista económico, tenemos el ejemplo de la gestión conjunta por parte de los países europeos del Plan Marshall. Ellos se ven obligados a sentarse a cooperar y a gestionar de manera conjunta la ayuda que viene de los Estados Unidos y de hecho, esa cooperación va a ser el embrión de la actual OCDE. Desde un punto de vista militar, también tenemos la creación de la OTAN en el año 49 y también en este caso, bajo el impulso o bajo el paraguas de los Estados Unidos, los países europeos se van integrando en una organización militar de defensa. Y desde un punto de vista político de promoción de los derechos humanos, de consolidación de la democracia liberal, también tenemos un ejemplo de cooperación intergubernamental con la creación del Consejo de Europa en el año 49, cuyo Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha sido un faro para muchos países europeos que a lo largo de las siguientes décadas han ido abandonando sus regímenes dictatoriales y se han ido integrando en el Consejo de Europa. Pero estos ejemplos de cooperación intergubernamental tenían algunas carencias. No representaban o no tenían ningún órgano, ninguna entidad dentro de estas organizaciones internacionales que representara el interés común, el bien general o una visión supranacional. Eran foros de discusión entre los Estados y solo promovían los intereses de cada uno de los Estados. Los padres fundadores de la Unión Europea se dan cuenta de que necesitamos algo más. Ese algo más va a ser idea o va a estar diseñado por Jean Monnet, un alto funcionario francés con una dilatada carrera internacional que había vivido en primera persona el desastre y el fracaso de la Sociedad de Naciones después de la Primera Guerra Mundial, donde se dio cuenta que nadie representaba ni promovía un interés común y una visión supranacional. Es por eso que él le sugiere a su Ministro de Exteriores, a Robert Schuman, el ministro francés Robert Schuman, que le haga una propuesta revolucionaria a los alemanes. ¿Y cuál es esa propuesta? La creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, una comunidad, una nueva comunidad, una nueva entidad internacional que controlará, que gestionará de manera conjunta toda la producción alemana y francesa, de carbón y de acero. Y ese control lo llevará a cabo una alta autoridad común compuesta por funcionarios internacionales independientes, es decir, Francia y Alemania renunciaban al control sobre unas materias primas que eran esenciales para una guerra. Esta apuesta francesa que el canciller alemán Konrad Adenauer aceptará inmediatamente y a la que también se sumará Italia y los tres países del Benelux es una apuesta, decíamos, revolucionaria porque supone el fin de un antagonismo histórico entre Francia y Alemania. Francia ofrece una mano tendida a Alemania y opta por un camino de reconciliación y de perdón, a diferencia de lo que había sucedido tras la Primera Guerra Mundial con el Tratado de Versalles. La consolidación y el éxito de esta idea revolucionaria, de esta primera Comunidad Europea y de todo el proceso de integración europea posterior es sobre todo gracias a esa audacia política de los padres fundadores. Jean Monnet, Robert Schuman, franceses; Konrad Adenauer, alemán; Alcide De Gasperi, italiano, todos ellos habían sido testigos del declive de sus países durante la Segunda Guerra Mundial y se dan cuenta de que van a ser necesarias solidaridades económicas y dependencias mutuas para ir creando poco a poco una nueva comunidad política que no va a sustituir a las comunidades nacionales, pero que las va a complementar. Europa surge así como la cuna de identidades múltiples, diversas, compartidas y compatibles. Esto, como decíamos, es posible gracias a una trayectoria política muy singular de estos líderes europeos. Todos ellos son hombres de frontera, hombres cuyo pasaporte o la nacionalidad que aparece en su pasaporte no determina sus afectos. Esto es especialmente relevante en el caso de Robert Schuman y de Alcide De Gasperi. Schuman había nacido en Alsacia y Lorena, De Gasperi en Trentino- Alto Adigio; estamos hablando de zonas que cambian de jurisdicción después de la Primera Guerra Mundial. Por tanto, Robert Schuman, de nacionalidad francesa después de la Primera Guerra Mundial, pero con una trayectoria de haberse formado en universidades alemanas; por tanto, un hombre bilingüe y con una trayectoria cultural también imbuida de dos culturas. Y De Gasperi igual. De Gasperi es un hombre que nace en el imperio austro húngaro, formando parte de la minoría italiana que después de la Primera Guerra Mundial ya va a ser parte del Estado italiano, pero que también es un hombre bilingüe y que entiende que las fronteras son accidentes de la historia que no justifican odios tribales. Monnet, un alto funcionario francés, pero un hombre sumamente cosmopolita que ha viajado y que ha trabajado en muchos países. Y Adenauer, un hombre, un político excepcional, alemán, que desprecia el supremacismo clásico de Prusia. Todos ellos entendieron, aceptaron que la historia les legaba unas comunidades nacionales, pero se esforzaron en ampliar las comunidades políticas a las que ellos pertenecían. Su obra, su obra política, es seguramente lo que mejor encarna el espíritu y la idea de Europa: una apuesta decidida por la reconciliación y por la búsqueda del interés común.